sábado, 24 de diciembre de 2011

VIÊTNAM, CON “V” DE… (2)



… de VIVENCIAS. Dejé pendiente contar que durante mi paso por Vietnam he topado con algunos personajes curiosos que me han hecho, de una manera o de otra, cambiar algo mis planes. Un acierto en cada ocasión, sin duda.

… de VECINOS. Como David y Dani, “mañicos” de pura cepa pero trabajando en China desde hace años. El recorte también asomó por ese país y les dejó sin más yuanes pero con la excusa perfecta para poder viajar por Indochina. Nos conocimos en el autobús y amablemente me invitaron –atrás los mal pensados- a hacer de la pareja un trío por unos días. Eso sí, me malacostumbraron con las excelencias de este país. Y como no suelo despreciar los buenos lujos, no pusimos muchas pegas a cambiar albergue por hotel unos días, paseo por masaje o caminar por alquilar una moto con fecha de registro en números romanos por las serpenteantes carreteras de Sapa así como reservar una excursión privada en barco y kayak sorteando los islotes de Halong Bay, Patrimonio de la Humanidad. Gracias por ello.

… de VALIENTE. Como Thanh Nha, que a sus 38 años rezuma una vitalidad y una energía inevitablemente contagiosa. Tan solo equiparable a su hospitalidad y a una tenacidad que no deja de sorprenderte. No tuvo reparos en invitarme a cenar junto a su familia en un pequeño patio al que asomé la cabeza por casualidad confundiéndome con un restaurante. Resultó ser casi cierto pero aun andaban de obras y abrían al día siguiente. Agradecido por ser honrado como primer cliente, me transformé al día siguiente en ayudante local en el mercado y en su patio donde coincidí con su segunda hija, una tímida chiquilla de 11 años de piel canela y ojos escurridizos. La misma que Thanh Nha llevaba en su interior cuando se separó de su marido. La misma a la que ve solo un día al mes porque vive junto a su hermana en casa de su tía en un pueblo a una hora de camino. La misma por la que, seca de tanta lágrima, dejó ese pueblo, se fue a Hoi An y aprendió inglés en sus horas de sueño para poder ser camarera de un restaurante. La misma a la que quiere dar una vida mejor por lo que ha decidido emprender sola esta aventura del restaurante empeñando lo que tiene y lo que no. La misma a la que trata como a una reina mientras ella vive en un cuarto alquilado de 16m2 que se inunda cada temporada de lluvias, se asea en unos baños comunes y duerme con tres chicas más sobre una manta que cubre unas tablas apoyadas sobre ladrillos. La magia de Tania (que así se pronuncia su nombre) no es que hable de un restaurante donde en realidad hay un pretencioso chiringo, no es que llame jardín a lo que es un pelado patio junto a un solar de almacenaje de basura para reciclar ni tan siquiera que amplíe dos tristes fogones de leña, un mostrador y un minúsculo hornillo de gas al rango de cocina; el encanto de esta menuda mujer es que no deja de sonreír, de trabajar y, a pesar de la actividad, de ser hospitalaria. Es capaz de sacar tiempo para darle sentido a mi camiseta de cocinero y enseñarme a preparar noodles con pato mientras sigue con atención mi preparación de una tortilla española y una ensalada mediterránea que compartimos con unos sorprendidos clientes y luego dejarme cómodamente en el hotel en su moto bajo una cortina de agua. Triunfará.

… de VETERANO DE GUERRA. El Capitán Richard Harger tuvo la desdicha de pertenecer al Airborne Battlefield Command & Control Center durante 1965, una guerra racista de la que fue testigo y partícipe, irónicamente, junto a un compañero de misión de raza negra. A bordo de una nave C130, realizaba vuelos de reconocimiento previo a los bombardeos para confirmar o modificar objetivos en el norte de Vietnam y zonas de Laos y Camboya (las fronteras no son un obstáculo para USA, no duda en admitir Dick que así es como se presenta). Al año siguiente, destinado en Bismark, Alemania, no pudo contenerse más y empezó a dar rienda suelta a sus inquietudes internas, descubriendo los detalles de la barbarie de su país en Vietnam, buscando explicaciones y decidiendo resarcir su parte de culpa. Así empieza una historia que te camela ya no solo por su fondo sino por su forma. Porque este padre de 5 hijos deja desnudo el término contar; Dick narra. De curtido aspecto a lo Clint Eastwood, te embauca en su historia midiendo cada expresión corporal, da pausa a su relato para que paladees cada una de las palabras seleccionadas con precisión y deja que su ronca voz te dibuje escenarios increíbles y voraces. No contento con eso, Dick te mira a los ojos sin titubear cuando confiesa las terroríficas consecuencias del paso estadounidense por Vietnam, dejando en entredicho las versiones oficiales. Mirar a los ojos a este exmilitar de 76 años es trasladarte a esos episodios vergonzosos; su iris se hace transparente y su pupila se abre perdida en recuerdos que parece recrear y compartir contigo. Es desgarrador oírle contar como cuando, alarmado y apesadumbrado por un error en un bombardeo que mató a 100 civiles, su jefe le clavó como única respuesta y preocupación: “que esto no llegue a la prensa”. Tras su paso por una guerra en la que la munición usada por EE. UU. triplicó a la que usó en la II guerra mundial, intentó en vano hacer llegar a otras estancias la realidad en el Lejano Este. Una frustración que le llevó a dejar el ejército para hacerse profesor de psicología. Desde entonces colabora con organizaciones pacifistas para tratar de enmendar sus pecados. No minará sus intenciones recordarle que no fue él sino su país el que entró en la guerra y él solo cumplió órdenes. No lo vas a convencer. Habla de su país en primera persona pero no duda en añadir  “¿Quién puede controlar a una potencia como EE.UU y todas las atrocidades que todavía hace en Afganistan, Irak o Colombia?”. Ha visitado, desde entonces, 4 veces Vietnam con el sueño de publicar un libro sobre las verdades de una guerra que le ha marcado para siempre y que verá la luz, afirma con confianza, de una manera u otra.

Su historia no estaría completa sin Trâm, su ahijada de 26 años. Su relación supone la excepción de la regla a todas esas parejas de guapas jóvenes vietnamitas con ancianos extranjeros. En un binomio sano y franco, transparente y magnético, puro y libre. Trâm cuida de su “daddy” con un cariño y una atención superlativa que Dick compensa sufragando parte de sus gastos. Una atención que he tenido la fortuna de poder compartir también durante alguna comida, una excursión o una cerveza en los miles de bares de Saigon. Exponencial ejemplo de la hospitalidad vietnamita, Trâm hizo de guía y de traductora en más de una ocasión, regalo incalculable para el turista solitario. Cerrar la guía de viaje y compartir almuerzos con esta pareja tan insólita ha sido un acierto que siempre agradeceré. Un regalo al que Dick puso el lazo invitándonos al Museo de Recuerdos de Guerra de Ho Chi Minh. La presión yanqui logró hacer cambiar el nombre a este antiguo cuartel administrativo estadounidense si bien su antigua denominación –Museo de Crímenes de Guerra- es, sin género de duda, la más acorde a lo que aguarda dentro. Aun con marcado partidismo, las imágenes y los datos son desoladores; soldados paseando cabezas degolladas, civiles mutilados, mujeres esclavizadas, niños sacudidos por guerras químicas y bombardeos constantes componen un puzle teñido de sangre y huesos. Una vez más, la voz profunda de Dick parece dar vida a esas imágenes por si éstas no fuesen suficientemente reveladoras por sí mismas. Con la intencionada presencia de su ahijada vietnamita, cita concienzudamente a cada uno de los personajes protagonistas de ese conflicto, como aquel comandante que torturó y mató a decenas de personas en horas por puro placer o aquel otro alto cargo que ordenó apilar a los vietnamitas asesinados para retratarlos. Era su tarjeta de navidad para su familia ese año.

Dick pierde la mirada y hace una pausa entre episodio y episodio. Se disculpa. Este lugar aun lo envuelve y necesita recomponerse. Si impactantes son sus palabras, casi más lo son sus silencios. Las fotos lo pierden en recuerdos que sientes casi tuyos al verle quedarse absorto, como hipnotizado. Clava sus ojos delante de una foto de una matanza de civiles. Puedes leer en sus labios, secos, “Oh, my God. What have we done?” (¡Dios mío, ¿qué hemos hecho?). Y entonces te preguntas qué clase de animal es el hombre que es capaz de llegar a esto y, sin querer aprender, repetirlo. A la vez que alabas que haya personas con esa entrega y dedicación a una causa, sea la que sea, ocurra donde ocurra, ya sea cerca de casa o lejos. Probablemente, sean los dos extremos del ser humano; el bárbaro animal de caza y la persona entregada a los demás.

¡¡¡ A todos ellos: CÁ MÒN !!!



¡¡FELIZ NAVIDAD!!                      MERRY CHRISTMAS!!

3 comentarios:

  1. Jolín, te quedas sin palabras despues de leer esto... aunque siempre nos sale una sonrisa cuando leemos sobre esa gente que se entrega y dedica su tiempo y esfuerzo a los demás, y hace que este mundo, sea donde sea, sea un poquito mejor...

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  2. Impresionante el relato que haces del Capitán Dick. Imagino lo duro y a la vez enriquecedor que fue escuchar sus recuerdos (con sus silencios incluidos). Lo peor de todo esto es que creo que lamentablemente ahora mismo hay otro capitán, o sargento o lo que sea haciendo barbaridades en Irak, Afganistán o cualquier otro sitio del planeta sin haber aprendido nada, nada, del pasado. Eso es lo mas triste.

    De parte de Angela y yo mismo: FELIZ AÑO NUEVO, y claro.... FELIZ CUMPLEAÑOS!!!!

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  3. Pues así es, para lo bueno y para lo malo.

    Feliz Año a vosotros también, Aldeireadictos...

    BC

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